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Todos los días escucho noticias en los medios de comunicación sobre la crisis. Ayer se me partió el alma. Recuerdo cuando estudié el crack de la bolsa de Nueva York y el impacto que produjo en lo más profundo de mi ser. Al enterarme del suicidio de una nueva víctima de desahucio, así como un hombre que no puede tomar su medicación para el cáncer que padece pues el dinero lo necesita para sus hijos con graves problemas de salud (parálisis en diversos grados), me pregunto: «¿Qué es esto, a quién le ayuda? ¿Cómo puede un banquero sonreír y disfrutar a sabiendas de que muchos de sus clientes, esos que cada día le llevaban confiados su dinero, hoy viven en la miseria por una hipoteca, por pérdida de trabajo, por…

 

En fin, lo único que puedo decir es que yo no comprendo nada. Que la vida sí, sé que es dura, difícil. ¡Claro que lo sé! Circunstancias varias me lo recuerdan cada día, pero esta entrada no la escribo para hablar de mí. Simplemente he querido expresar y poner letra a tantos pensamientos comunes en nuestra sociedad, la española.
Este drama social no reporta alegría ni aspectos bellos. Y lo digo yo, que siempre comento a los que me rodean que de todo lo malo siempre sale algo bueno, a veces hasta maravilloso. Aún así, no creo que unas vidas perdidas como consecuencia de una crisis, de las malas gestiones sociales, políticas o lo que fuere, valgan la pena. ¡Una vida es sagrada!
Menos beneficios políticos, bancarios, judiciales que repercuten en la vida y el bolsillo de unos pocos ciudadanos y más sanidad, educación y «solidaridad». Sí, solidaridad con los ciudadanos que conforman España. ¡La solución no pasa por apretar nuestros cinturones, señores! La solución se centra en unas estrategias económicas (¡por su puesto!), pero necesariamente seguidas de propuestas laborales, de facilidades para la creación de empleo para todo tipo de ciudadano.  Porque, me pregunto yo, si ayudamos a integrar a los jóvenes y nos olvidamos de los no tan jóvenes, ¿qué solución es esa? Para mí está más que claro, pan para hoy y hambre para hoy, permítanme que cambie el refrán.
Si una familia se compone de cinco sujetos, de los cuales contamos con dos abuelos, dos padres mayores de 39 años y una criatura de cinco, ¿aquí cómo resulta favorecedora la ayuda para la contratación de los jóvenes? ¿Qué hacemos con estos sujetos? ¿No los tenemos en cuenta? Las normas deben atender a la realidad de la sociedad y no a iluminaciones divinas. Sin inversión y flexibilidad, no hay crecimiento. Sin crecimiento, nunca saldremos de esta situación. No encuentro más palabras para expresar lo que siento. ¡Solo tristeza!